Pancho Villa fue un pilar del triunfo de la Revolución Mexicana al darle jaque mate a la dictadura de Porfirio Díaz, en la batalla de Ciudad Juárez, y al usurpador Victoriano Huerta, con su victoria en Torreón, luego enfrentó con éxito la invasión de Estados Unidos de 1916-1917 en el norte del país. Tras una década de esforzada lucha Pancho Villa firma un acuerdo de pacificación, “El Pacto de Sabinas”, con el gobierno del presidente Adolfo De la Huerta, concretándose el 28 de julio de 1920, Villa se compromete a dejar las armas y sólo retomarlas en caso de una invasión extranjera.
Se retiró a la Hacienda de Canutillo, situada al norte de Durango, con 50 hombres de escolta; los otros villistas recibieron tierras de haciendas en Durango y Chihuahua. En Canutillo –lugar abandonado y semidestruido– Pancho Villa juntó a muchos de sus hijos y volvió a las duras labores del campo, en la zona de riego sembró trigo, también produjeron maíz, frijol, lana, carne y leña. En marzo de 1921 llegaron 10 tractores. Reconstruyó las edificaciones para que todos pudiesen vivir dignamente, edificó e inauguró la Escuela Felipe Ángeles. En esa época se dedicó a leer varios libros, entre ellos, El tesoro de la juventud. Instaló en Canutillo correo, telégrafo, herrerías, carpinterías, zapaterías y una fonda gratuita para que comieran todos los que no tenían dinero, siempre apoyó a las viudas de sus combatientes con dinero y alimentos.
En la tienda comunal distribuían gratuitamente lo que la hacienda producía: maíz, manteca, azúcar, café, cigarros, se cobraban a precio de costo, comprados al mayoreo en Parral, además, Villa construyó la primaria 282 con siete mil pesos que él donó (Taibo, 2006: 777 y 789).
Hasta el final de su vida, Francisco Villa defendió a los campesinos, aunque eso le atrajera el odio de sus enemigos, que planeaban asesinarlo. Cuando los campesinos de Bosque de Aldama se vieron despojados del agua y desplazados de su tierra, por parte del gobernador Enríquez y su gente, Pancho Villa le escribió indignado al presidente Obregón, quien se vio forzado a reconocer los derechos de los campesinos y hacer que les devolviesen la tierra y dejaran de hostigarlos. Villa se había comprometido a “no meterse en política”, pero no podía dejar de defender a su gente.
Otro caso fue su oposición a una maniobra para vender las tierras de los Terrazas a una compañía extranjera. Villa logró terminar con el reinado de esta familia en Chihuahua. El gran hacendado Luis Terrazas y su familia habían sido respetados por Madero quien le ofreció garantías para su persona y propiedades y suspendió los procesos judiciales contra el odiado Enrique Creel, ex gobernador y yerno de Terrazas, en el asunto del fraude del Banco Minero. Luego de que Francisco Villa intervino las haciendas, empresas y propiedades de Terrazas, en 1919 Venustiano Carranza le devolvió a la familia las propiedades urbanas y en 1920, poco antes de ser asesinado, Carranza decretó que le deberían regresar sus haciendas (Katz, 1998: 2, 349).
Luego de la muerte de Carranza y ante la dificultad de enfrentar a las organizaciones campesinas y a Pancho Villa, los Terrazas, quienes se oponían a la devolución de las tierras, negociaron con un minero estadounidense, A. J. McQuatters, para venderle a él todas sus propiedades y así recuperar su fortuna, mientras que el multimillonario gringo se iba a comprometer con el gobierno de Obregón a supuestamente “fraccionar y vender lotes de tierra a los campesinos en abonos”. Álvaro Obregón y el gobernador Enríquez estaban dispuestos a vender las tierras a la compañía extranjera, incluso los legisladores ratificaron el contrato (Katz, 1998: 351).
La oposición de las organizaciones campesinas y los sindicatos agrarios fue muy amplia. Francisco Villa le envió una carta a Obregón el 12 de marzo de 1922 en la que se oponía con fuerza a esa venta de la tierra a los estadounidenses, se dijo dispuesto a “salvar a la patria” y asentaba “después de las unánimes protestas del pueblo chihuahuense, se vendrán sin duda los balazos y eso será antes de tres meses”. Esto obligó a Obregón a echarse para atrás, y para calmar los ánimos expropió las tierras de los Terrazas para ser repartidas entre los campesinos de Chihuahua.
En 1923 el “Centauro del Norte”, es asesinado a traición un día 20 de julio. Se acercaba el relevo presidencial, en el que se enfrentaron Adolfo de la Huerta –quien a la postre se levantaría en armas– y Plutarco Elías Calles. Francisco Villa apoyaba abiertamente a de la Huerta contra Calles, que era el candidato de Obregón.
Francisco Villa es emboscado en Parral, el carro que conducía fue víctima de un ataque sorpresivo en una esquina, el vehículo recibió 150 impactos. Él fue impactado por 13 de los proyectiles, tres de las heridas fueron de muerte. En ese viaje no llevaba a su escolta de 50 hombres, porque su secretario Trillo –quien también murió– se opuso, pues deseaba ahorrar gastos.
Juana María Villa, que vivía con su papá en Canutillo, refiere que el día que salió rumbo a Parral, donde iba a morir asesinado, ella y sus hermanos Micaela, Agustín, Octavio y Celia, “sintieron algo”, “lo agarraron de las piernas” y “lloraron”. Recuerda que él dijo: “Bueno si no nos volvemos a ver en esta vida nos veremos en la otra”. Fue la última vez que lo vieron (Pierri, 2008: 87). También cuenta la leyenda que a los maestros de la escuela se les acercó para decirles: “Parral me gusta hasta para morir”.
El que dirigió la operación asesina fue Jesús Salas Barraza, en coordinación con el general Joaquín Amaro, los autores intelectuales fueron Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, correspondiendo a la demanda del gobierno de Estados Unidos que había puesto la eliminación de Villa como una de las condiciones para reconocer al gobierno de Obregón.
El agente estadounidense del Buró de Investigación, Manuel Sorola, informó que cuando se le notificó a Calles del asesinato, su comentario fue: “Se ha cumplido la segunda condición básica impuesta por Estados Unidos para el reconocimiento” (Katz, 1998: 382).
A los dos meses del asesinato se firmaron los nefastos Tratados de Bucareli y, luego de ceder a las exigencias del vecino del norte, Obregón obtuvo el reconocimiento oficial del gobierno de Washington. Para reconocer al gobierno de Obregón, Washington reclamaba que no se aplicase retroactivamente el artículo 27 de la Constitución a las compañías petroleras. Desde agosto de 1921, el gobierno había cedido frente a Washington, al ordenar a la Suprema Corte que le diera un amparo a la Texas Company de México contra el gobierno mexicano (Enríquez Coyro, 1984: 590). En el Tratado de Bucareli, firmado el 13 de agosto de 1923, Obregón cedió ante las demandas de las compañías petroleras, con las que concilió siempre durante su gobierno, acordando no aplicar la Constitución retroactivamente para afectar sus intereses; reconoció una deuda descomunal de 1 400 millones de dólares, y dio todas las facilidades para que las corporaciones estadounidenses volviesen a operar en México, incluso hay fuentes que aseguran que Obregón se comprometió a no producir maquinaria especializada (motores, aviones), ni a desarrollar la industria aeronáutica y de motores, maquinaria de precisión, la investigación y el avance tecnológico. De hecho, estas ramas de la industria y tecnología no se desarrollaron por productores mexicanos a partir de los años veinte.
Cuando el 23 de noviembre de 1923 se levantó en armas contra Obregón un sector importante del ejército, 40% de sus efectivos (Meyer, 1977: 116) que se habían rebelado comandados por Adolfo de la Huerta, Washington apoyó decididamente a Álvaro Obregón.
Francisco Villa culminó su vida política y revolucionaria con una visión clara de los peligros que acechaban a México. Después de la experiencia de años de lucha afirmó con respecto a las relaciones del gobierno imperial de EU con México y su pueblo: “Llegará un día en que el enfrentamiento con los gringos será inevitable” (Taibo, 2006: 791). A cien años de su asesinato, el Centauro del Norte sigue dándonos lecciones, su lucha es parte de la experiencia que el pueblo de México atesora, y lo impulsa en defensa de su soberanía y contra la oligarquía que, hoy como antes, está al servicio de los intereses de Washington, sometiéndonos a todas sus exigencias.
Francisco Villa nació en un medio en el que no existía el imperio de la ley sino el imperio de la fuerza, tal como acontece hoy día. Preocupado y vinculado con el pueblo, desarrolló una fuerza colosal, logró unirlo en pos de sus intereses y objetivos y, sin vacilación, dio golpes contundentes a los enemigos del pueblo, eso nunca se lo van a perdonar las fuerzas antipopulares que lo vituperan y banalizan.
A través de su lucha, y luego de vacilaciones iniciales, conoció la naturaleza del Imperio del Norte y levantó un programa e impulsó una lucha antiimperialista.
Las circunstancias en las que se desenvolvió la situación que le tocó vivir personalmente “a salto de mata”, y la que se vivía en Chihuahua y en México, le impidieron tener una formación sólida y lo llevaron a actuar por instinto, empíricamente. No contó con la teoría revolucionaria y la organización política necesaria para que el movimiento revolucionario llevara la iniciativa política y triunfara un gobierno netamente popular. Sin embargo, a pesar de todo, su experiencia es invaluable, su ejemplo inspirador y su programa antioligárquico y antiimperialista ha de ser retomado en las nuevas luchas del siglo XXI, en las que seguiremos escuchando: ¡Viva Villa, cabrones! y en las que la figura del Centauro del Norte estará siempre presente, dando nuevas batallas junto a su pueblo.
BIBLIOGRAFÍA
Enríquez Coyro, Ernesto (1984), Los Estados Unidos de América ante nuestro problema agrario, México, UNAM.
Katz, Friedrich (1998), Pancho Villa, México, FCE-Cultura SEP.
Meyer, Lorenzo (1977), “El primer tramo del camino”, en Historia General de México, El Colegio de México, t. IV.
Pierri, Ettore (2008), Francisco Villa, México, Editores Mexicanos Unidos.
Taibo Mahojo, Francisco Ignacio (2006), Pancho Villa: una biografía narrativa, México, Planeta.