Haciendo memoria recuerdo que en una ocasión, conversando con mi padre me contaba que mi abuela le decía a una de mis tías, “nos habría valido seguir de tontas para siempre”. ¿Y, por qué dijo eso? Pregunté. Me contestó: porque cuando hablaban en esos tiempos de la liberación de la mujer, que era cuando recién empezaban a salir de sus casas para trabajar, también comenzaron las etiquetas que les fueron colgando. Unas por que abogaban con esta liberación y otras porque no.
A unas las llamaron “las sábelo todo” por andar opinando a la manera de los hombres, y a otras las llamaban “ignorantes”, por seguir opinando a favor de las mujeres. Y hoy cuando eso de la mujer relegada a la casa ya es historia, todavía unos reclaman porque “se avisparon más de la cuenta y se lanzaron al mundo a competir codo a codo con los hombres”.
Y otros en cambio aún reclaman, porque hay mujeres que prefieren quedarse en casa y que las mantenga el marido.
En medio de este panorama, lo que a uno le empieza a resultar cada vez más claro, da lo mismo hagamos lo que hagamos las mujeres.
En mi concepto nadie nos va a aplaudir. Nunca. Ni siquiera nuestra familia. Además, parece que tendremos que seguir acarreando etiquetas hasta la eternidad.
Si una mujer permanece soltera más allá de los treinta años, porque no ha encontrado el hombre correcto, o porque simplemente no quiere casarse, pasa al título de “anormal” y “quedada para vestir santos”. Si se casa y tiene niños y además trabaja, la llaman “mala madre”. Pero si se queda en casa criando a sus hijos, y no trabaja, dicen que es una mujer “vaga y ociosa”.
En nuestros países latinoamericanos así es el modo de vida. La costumbre de etiquetar a la gente es como el pan de cada día.
Si una mujer tiene personalidad, opina de política y dice lo que piensa, la llaman “comunista insoportable”, si es de la izquierda “liberal” y “retrógrada”, si es de la derecha. Si a la mujer le gusta vestirse a la moda, escotada, mostrando un poco las piernas, dicen que es una “coqueta”. Si por el contrario se viste recatada y muy seriecita, la tildan de “monja”. Si se trata de una mujer abierta de mente y espíritu y con sentido de humor, le dicen que es una “loca”. Si es amigable y tiene muchos amigos varones, esa es una “prostituta”.
Como ven, hagamos lo que hagamos, siempre habrá una etiqueta para las mujeres y no se escapa nadie. Y después de la liberación femenina a estas fechas, todo sigue igual.
Mi padre recordaba también, que mi abuelo, llegaba a los extremos de nombrar a las amigas de mi abuela, según las cualidades que las veía.
Nunca las llamaba por sus nombres sino, “esa es una metida”, o “se hace la que no quiebra un plato”, “allí viene la bruja”, y así por el estilo. Como ustedes ven, siempre ha existido y existirán estos apodos que se nos dan a las mujeres.
No solo en Latinoamérica ocurren o se etiqueta a la gente. En Los Estados Unidos también, y como aquí existe un verdadero culto a la libertad de expresión, las etiquetas corren deliberadamente por todos los ámbitos, que ahora no tendría tiempo de enumerarlos.
Hablando de los intelectuales, refiriéndome a los hombres que trabajan en el campo de la cultura, muchos de ellos creen que las mujeres no tenemos suficiente inteligencia y no podemos competir. Que insulsos son algunos “caballeros”, señores….
Y, para terminar, cuando yo trabajé en NY., recuerdo a una compañera que en una ocasión fue con el gerente de la compañía, a una reunión de “intelectuales” a “arreglar el mundo” …. uno de ellos se acercó a esta amiga, y le preguntó: ¿Y tú que eres?… Ella comprendió que el “‘intelectual’ quería saber si era académica” o “experta en algo” … Ella lo miró a los ojos y le respondió: ¿Yo? Mujer… ¿Y tú? … El académico la miró y dio media vuelta.