En el reciente viaje que hice a otra ciudad, me encontré con una amiga que no veía desde hace mucho tiempo. En nuestra conversación me sorprendió cuando me pregunto un poco entristecida: ¿por qué a veces los jardines son tan espinosos? Comprendí al instante que se refería a un problema de amor.
Solo le contesté: Si, pareciera que las rosas abundan, más, detrás de cada pétalo, delicado y suave, siempre hay una inmensa clavada que hiere, que te lastima, y sin querer quedas dolida y amargada. Esa es la vida. El amor cuesta.
Las cosas para valorarlas tienen que costarnos, pero tampoco se puede pedir amor a alguien que no lo sienta y mucho menos que no lo aprecie. Se dice que son las mujeres quienes sufren más por amor que los hombres, al menos son quienes aman más, lo demuestran y lo manifiestan.
Yo creo que tanto los hombres como las mujeres tenemos la capacidad de recibir y dar amor, pero…
¿Vale la pena sacrificarse por conseguirlo, aunque este tenga que doler?… y si sufrimos por un amor no correspondido, cargaremos con la baja autoestima y viviremos con inseguridades.
La vida es así, un instante de risas y otros de amarguras. Unas de silencio, y otros momentos con mucho gozo, placer, o con sucesos favorables. Hay etapas en que las puertas se cierran, que los caminos se retuercen y esto, es esquivar un andar rígido y seguro.
Pareciera que a veces se camina en el agua, sin paso certero…y es que, es así como se vive. Desde que nacimos, abrimos por primera vez los ojos al mundo, nos dan las nalgaditas de rigor, y desde entonces, las lágrimas nos acompañan por el deambular de nuestra existencia, que nos marca la alegría y el sufrimiento.
La reflexión lógica nos diría que tiene que ser así, sufrimiento y placer, blanco y negro, dolor y felicidad. Pero también la lógica dice que solo existe noche y día, sin intermedios. Aplicándolos a nuestras realidades nos daremos cuenta que no hay más alternativas.
Mientras se disfruta un determinado momento, pronto nos asoma la preocupación o nace una nueva dificultad para resolver. Pero, aún así, comprendiendo todas las reflexiones y consciente del ciclo natural de la vida misma, explica que todo nace, se desarrolla y muere.
En los momentos agrios que se nos presenten, debemos agregar dosis extras de fe divina, fuerza y optimismo. Hay que fortalecer esas esperanzas dentro de nosotros. Tenemos que sacudir celos, resentimientos, y coraje que enturbian la felicidad. Deberíamos sembrar las rosas con amor, cuidado y paciencia, para cosecharlas aun con sus espinas para que no duelan mucho.
Si no se revitaliza con sentimientos nobles y óptimos, nuestras vidas serán inertes y seguiremos en el sufrimiento por siempre. Y esto no puede ser, porque detrás de cada persona, de cada alma, existe un corazón, un ser vivo, lleno de vitalidad y energía. Lo que pasa es que nosotros mismos muchas veces no hacemos nada por darnos fuerza y estabilidad.
Debemos alimentar el amor, para que la maravilla de la vida continúe y se perpetúe en especie y sentimientos; cada cual lustrando lo opaco, arrancando lo malo en cada uno de nosotros. Así iremos entonces dando paso a lo diáfano, a lo prometedor y perenne, que podría ser nuestro existir por estas sendas, que al cabo de cada día nos deja tantas sorpresas.
Y es que el diario vivir, prescindiendo de lo doméstico, es tan complejo que nos resulta agobiadora la constante lucha, y ahí la importancia de que en el jardin de cada uno de nosotros, no nos duela cosechar rosas, porque las dolorosas espinas son la vida misma y si las regamos diariamente con esperanza, amor y fortaleza, tal vez las clavadas nos hieran menos.
Así que amiga, tienes que darte el valor necesario y dárselo a la relación, si no encajan, pues hay que dar vuelta a la página, los cambios duelen, pero hay que saber manejar el sufrimiento.
Después de todo, hasta del pinchazo de la rosa se sacan las buenas cosas.