El ser estado laico no debería impedir al gobierno escuchar a los grupos religiosos, quienes, por su filosofía del bien, cuentan con estructuras de pensamiento y prácticas que pueden funcionar para resolver los problemas sociales del país. No hablamos de casos violatorios contra las personas o la ley que deben ser perseguidos con estricto apego a derecho.
Las religiones, iglesias y asociaciones místicas representan una fuerza de influencia hacia sus miembros imposible de ignorar. Concentran la práctica de la espiritualidad y son un refugio ante la persecución, la discriminación y la vulnerabilidad. Pueden ser contención a la rebelión o en un sentido extremo, provocadores de conflictos sociales.
Las personas escuchan a sus líderes religiosos quienes se vuelven en referentes de actuación. Esto no es desconocido por los políticos quienes se aprovechan de esta fuerza para principalmente ganar adeptos electorales.
Pero, además, las religiones siempre tienen posicionamientos sobre temas relevantes en la vida del país con la intención de ser “llamados” de actuación a los políticos. Y para la sociedad, son recomendaciones para que las personas asuman comportamientos cívicos, de paz y de apoyo a los demás.
En los últimos meses los temas más recurrentes de los grupos religiosos son los de seguridad y migración; pero también hay opiniones sobre el cuidado y derecho al agua y participación ciudadana en momentos de elección.
Otros asuntos como la despenalización del aborto, el inicio o terminación de la vida, el derecho a la mujer a decidir, la objeción de conciencia y los temas relacionados con la libertad sexual y estructura de la familia son también motivos de expresión religiosa y todos los grupos tienen derecho a manifestarse y a ser escuchados.
En México AMLO se confiesa creyente de Jesucristo y ha participado en ceremonias indígenas. De todos es sabido la alianza de MORENA con el entonces Partido Encuentro Social (PES) de inspiración evangélica que le ayudó en las elecciones presidenciales.
Así mismo, cómo olvidar al expresidente Fox que, en su toma de protesta como presidente de México ante el Congreso, sostuvo en sus manos un crucifijo de madera y antes, apareció rezando ante la Virgen de Guadalupe. O las famosas ‘estampitas’ religiosas que AMLO mostró como protectoras de la covid-19; o la impresión de los 10 millones de la cartilla moral de Alfonso Reyes que el presidente distribuyó con el apoyo de las iglesias evangélicas.
Morena se fundó un 12 de diciembre y aunque su nombre es Movimiento de Regeneración Nacional, su acrónimo se asocia con la Virgen ‘morena’ de Guadalupe. Hace poco también vimos a Claudia Sheinbaum portando una falda con la imagen de la virgen de Guadalupe. No son casualidades.
Sin embargo, más allá de su uso electoral y de su derecho a expresión, conviene escuchar a los grupos religiosos con atención, pues sus opiniones son indicadores de “donde aprieta el zapato”. El diálogo con ellos debiera ser una estrategia de gobierno sin que afecte la laicidad.
La laicidad impide que los valores o intereses religiosos se erijan en parámetros para medir la legitimidad o justicia de las normas y actos de los poderes públicos. El gobierno es para todos y las creencias no se deben imponer.
En un sentido estricto, la condición de Estado laico supone la nula injerencia de cualquier organización o confesión religiosa en el gobierno de un país; así mismo, el gobierno no ejerce apoyo ni oposición explícita o implícita a ninguna organización o confesión religiosa.
En México, el principio de separación tiene sus raíces en la Constitución de 1857. Posteriormente, en la versión de 1917 se reafirmó y fortaleció al establecer además de la libertad religiosa, la educación laica y el registro de iglesias y asociaciones religiosas a fin de regular y supervisar sus actividades, pero sin interferir en su doctrina o creencias. La historia nos permite aprender del pasado y en la de México la participación del clero en el gobierno no fue buena. No obstante, debemos reconocer su capacidad de vinculación con la sociedad y experiencia en la resolución de problemas sociales.
Los Jesuitas por la Paz, por ejemplo, con su metodología de reconstrucción del tejido social cuentan con información puntual sobre comunidades que están trabajando exitosamente para el buen convivir como antídoto a la violencia y al individualismo.
Ninguna opinión y experiencia se debe minimizar, la idea es sumar en la construcción de bienestar del país.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com