En toda mi vida, de muchos años ya, he ido al fútbol cuatro veces. Me gusta estar enterada de los resultados y sentir el interés de la gente, pero prefiero verlo en la comodidad de mi casa.
Unos buenos amigos me invitaron al Clásico Regio 135 del fin de semana pasado, y conociendo la afición de mi nieto Eugenio decidí aceptarla e invitarlo. Confieso que desde que dije SI, empezó mi estrés. Me preocupaba la seguridad, el ambiente y las condiciones generales del evento dado que mi nieto de 7 años nunca había ido a un clásico.
Cuando le dije que iríamos se puso feliz y de inmediato me preguntó ¿“y qué va a pasar si Tigres mete gol” ?, “pues lo gritamos”, le dije, ambos somos Tigres. Y así fue, Eugenio gritó con gran euforia los tres goles de su equipo y para mi sorpresa, los vecinos rayados le felicitaron con el acostumbrado choque de manos.
Para mí fue un laboratorio de aprendizaje y observación. Tuve la oportunidad de comprobar la cultura alrededor del juego, valores, conductas asociadas y ritos.
Como dice Serrat en La Fiesta “…hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”.
La fiesta se vive desde las calles aledañas al estadio que están llenas de artículos promocionales y venta de comida y bebidas. Pensé en quienes viven cerca y sufren este ambiente cada 15 días, pero me informaron que algunos lo aprovechan para rentar su cochera para el estacionamiento o bien, también se suman a la venta de cosas.
Durante el partido, destaco el alto consumo de alcohol, la pasión con que apoyan al equipo y la violencia que se manifiesta en palabras malsonantes durante todo el partido cuando no hay expresiones físicas entre los asistentes. Atrás de nosotros estaba un señor que no dejó de gritar insultos al árbitro y laterales. “Banderaaaaa, &&&###/&%, no se me olvida…”
La porra oficial no dejó de gritar ni un segundo. Todo el tiempo estuvo con los tambores cantando. Dicen algunos estudiosos que las batucadas se asocian a los latidos del corazón en el vientre materno y es la razón por la que la gente se une. Los hinchas dominan los cánticos y el himno. Todos gritan y bailan. Todos son amigos, todos chocan las manos. “Señores yo soy rayado y tengo aguante”, “Dale, dale campeón”. Para el contrincante, los abucheos e insultos en corto.
Conforme pasaba el tiempo, mi estrés volvía al ver la proximidad del final y que todo indicaría que Tigres era el ganador. Pero cuando los Rayados remontaron y empataron, se vivió la locura.Además de los gritos, empezó la luvia de líquidos, decían que era cerveza, y de vasos. No les importó la incomodidad que esto representa ni la posibilidad de lastimar a alguien.
Después del clásico se vive otra ola de expresiones con carga de violencia. Entre los memes y reportes de medios nos enteramos de la polémica del arbitraje por el manejo del tiempo, de la conducta antideportiva e inaceptable de Nahuel, de un aficionado de Tigres llenando un vaso con orina para ser aventado, de las señas de Ginac y de algunos incidentes en la tribuna y cancha.
En las pláticas surgen las justificaciones a conductas como pisotear la camiseta de Messi, “así se hace en todas partes” o cuando escribieron “sin ayudaditas, Messi” o “sin ayudaditas, Rayados”.
Todo esto demanda diálogos con los niños que asisten a los partidos. Las infancias deben entender que son válidas las manifestaciones de apoyo y festejo por el triunfo, pero nunca son aceptables las expresiones violentas ni conductas antideportivas. La euforia no las justifica y no podemos normalizarlas ni permitirlas.
Además de las sanciones de las directivas se debe insistir en comportamientos de respeto hacia los demás. Se calcula que hay 270 millones de personas que practican el fútbol y más de 3 mil 500 millones de seguidores, es el deporte más popular a nivel mundial. Muchos deportistas son modelos y admirados por las niñas y los niños.
Oportuno recordar a Juan Villoro, el intelectual que escribe sobre futbol, quien señala que este deporte supera las jerarquías físicas, es democrático, con pocas reglas, que permite grandes individualidades dentro del conjunto. Habla de la “mala” jurisprudencia contra un juez (el árbitro) que se equivoca mucho, situación que lo vuelve divertido y especial. Señala también que el abrazo entre los jugadores y los aficionados equivale al gol después del gol y que este deporte lamentablemente se ha vuelto vengativo olvidando la caballerosidad entre los aficionados. Enseña a admirar al rival cuando destaca de manera excepcional, aunque en la cancha sea el enemigo.
Lo cierto es que el ser humano necesita compensar la realidad que lo puede aniquilar y eso le ofrece el fútbol, le da ilusiones, alegrías y el gusto de estar reunidos con los amigos. Es un distractor de la realidad.
“Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Se acabó. El sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó, que cada uno es cada cual…” dice Serrat.
El fútbol ni se vive ni se entiende sin el público. Los hinchas se olvidan de todo frente a su equipo que le permite expresar sin límites sus emociones.
Al día siguiente del partido mi nieto leyó en voz alta toda la sección deportiva del periódico para ver la reseña, se conectó a los códigos QR y seguimos comentando lo vivido un día anterior. De pasada, también hablamos de la ofensiva de Irán a Israel. Eso fue muy bueno, aunque no estoy segura de volver a ir a otro partido, lo que sí es definitivo es que ver el grito de gol de Eugenio, no tiene precio.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com