Un día bastó para sentir que las lágrimas, el cansancio, las horas sin dormir, las veces que sentí que me ahogaría por no contarlo y otras cosas más que mi cabeza pensó valió la pena. Es muy gracioso cómo suceden las cosas y la forma en que se presentan las oportunidades para hacer o no hacer algo.
Un día marcó la forma de ver las cosas que se venían. Llega un punto en que sabes que el camino será difícil, que da miedo e incluso es difuso, pero finalmente, sabes que quieres hacerlo.
En mi caso, fue publicar mi primer libro. Desde que tengo memoria siempre soñé en hacerlo. Cuando era niña, me decían que debía hacerlo, pero también otras cosas. “Puedes ser odontóloga, doctora o abogada y escribir un libro”, recuerdo que me repetían.
Y me quedé con eso en la cabeza: que si en algún momento no estudiaba algo relacionado a las letras o la literatura, igual lo haría: publicaría un libro. Pasaron muchos años y muchas veces pensé que no lo haría, porque cuando la ansiedad y los temores se presentan, todo parece imposible.
Hasta que ya está.
No importa si se tropieza. Es más, sabes que te vas a tropezar, caer, desistir, pero igual quieres hacerlo porque el final es bonito: no dura mucho, pero son minutos, incluso si tienes suerte, dura horas, pero vale la pena.
No estoy hablando de algo en específico, porque depende de cada uno, de lo que imaginemos o pensemos al leer estas líneas. Para unos, puede ser su título universitario, caminar una montaña, comprar un celular, salir del clóset o tal vez que un plato de comida salga bien.
No interesa en realidad, lo que importa es lo que hacemos para llegar ahí, lo que sacrificamos, soñamos, dejamos de lado. Vamos a sentir miedo, felicidad, angustia, rechazo y orgullo por lo que hacemos o dejamos de hacer. Las personas hablarán y dejarán de hacerlo. El alrededor dirá y no dirá. Se reirán con nosotros y llorarán. Y finalmente todo pasará.
Creo que eso significa estar vivo: sentir todo.