“No olvidemos que también en los suspiros hay cuestiones contradictorias, unas que nos envenenan y otras que nos reconcilian, pero que deben hacernos salir de la visión de amargado, para retomar el impulso de la valentía ante los sorbos de la vida”.
Parece envolvernos la tragedia; puesto que, apenas levantamos cabeza, vuelven a azotarnos las señales de abandono y recelo, ante el vacío permanente y la ausencia descarada de amor auténtico, produciendo desgarradores lamentos y gritos de auxilio permanente. La humanidad, en su estado global, suele caminar enfrentada, sin conciencia de familia condescendiente, lo que genera un gran sufrimiento, avivado por corazones empedrados, reafirmados con abecedarios perversos de abuso de poder e intereses mezquinos destructores. Fruto de este aluvión de sollozos, generados en parte por las imperfecciones de nuestras relaciones humanas, se acrecientan los fracasos de todo tipo y multitud de necesidades empiezan a dejarnos sin aliento. Aún así, no tiremos por tierra las buenas costumbres que la moral nos sustenta, la de ser justos sembrando actos de rectitud, la de sentirnos libres realizando vuelos salvavidas, la de ser corazón y vida ejecutando el buen fondo que todos llevamos consigo.
Desde luego, si esto hacemos, la carga de pesares será menor. Hoy, más que nunca, hace falta revisar modos y maneras de comportarse, explorar otros estilos de vivir más acordes con lo armónico y activar el arte de entendernos, comenzando por el propio arte político. Para empezar, los diálogos entre liderazgos han de ser más auténticos, continuos y resolutivos; si en verdad, queremos poner fin a la enorme desdicha humanitaria que está causando la irresponsabilidad de algunos dirigentes políticos, más afanados en el poder que en asistir a la ciudadanía a la que dicen gobernar, cuando el desgobierno es manifiesto y la penuria de la crueldad toma ejercicio sin consideración alguna. Deberíamos retomar, pues, otras fuerzas más sensatas y razonables en los diversos continentes, con auténticos ciudadanos valerosos, que además de que cultiven el fuero artesano del brío cooperante han de ser poetas en guardia, utópicos andarines de un sueño común conciliador.
Soñar es la actividad estética más confluente del hacer; lo que nos exige estar despiertos siempre, en mansedumbre de estado y abiertos de corazón, para poder ayudar a las gentes más vulnerables. Sea como fuere, hemos de reconocer que la multitud de incertidumbres y congojas nos están dejando sin fuerzas; y, lo que es peor, se agudizan las carencias. Tampoco las operaciones humanitarias cuentan con fondos suficientes para aminorar tanto clamor vertido por los rincones del mundo. La desigualdad es manifiesta, socava los Estados sociales democráticos de derecho, erosiona cualquier espíritu solidario y obstaculiza la ansiada recuperación inclusiva, que muchos mandos repiten hasta la saciedad, pero no con hechos, cuestión que lesiona hasta su legitimidad.
La atmosfera no puede ser más violenta, es cierto. Tanto es así, que ninguna nación es inmune a la intolerancia y a este fanatismo enfermizo que viene cargado de venganzas. Ya en otro tiempo, habíamos sufrido episodios inhumanos, encomendados a la fuerza y al terror, porque sus semillas eran de odio; pero, a pesar de tantos avances, aún no hemos aprendido la lección de respeto y consideración que todos nos merecemos porque sí, sin dominio ni dominadores; puesto que el afecto nunca se sulfura y jamás se venga. De ahí, lo importante de no equivocarse de camino ni de andares, de hacer parada para repensar y dejarse fortalecer. No olvidemos que también en los suspiros hay cuestiones contradictorias, unas que nos envenenan y otras que nos reconcilian, pero que deben hacernos salir de la visión de amargado, para retomar el impulso de la valentía ante los sorbos de la vida.
En todo caso, será complicado imaginar un mundo en paz, hasta que aquellos que nos dirigen no se tomen en serio su modo de administrar el poder, encaminado siempre al servicio, que ha estar enraizado en los derechos humanos, para procurar el bienestar de todos. Por otra parte, también nosotros tenemos que dejarnos oír más y escucharnos mejor, con los consabidos deberes de enmienda a realizar, cuando menos para que cesen los conflictos, con tantos gemidos lastimosos que nos dejan sin palabras. Retornar a la innata actitud de renovación, activando la amistad y reactivando la proximidad entre diversos, es otro de los compromisos a efectuar. Querer hacerlo es una buena señal. Poder mover el cambio en las conciencias, mejorar el vivir cultivando la adhesión sin tantas fronteras que nos dividen, por muy dolorosas que sean las movidas, es un avance que tranquiliza. Solo hace falta ponerle voluntad; con ella todo se alcanza, se encuentra la expresión de la convivencia armónica y hasta se reencuentra uno consigo mismo para sentirse en familia.