El 8 de marzo murieron 129 mujeres luchando por sus derechos en una fábrica. Buscaban reconocimiento e igualdad en sus lugares de trabajo. Esa tragedia marcó un momento en la historia que, poco a poco, ha ido evolucionando con otros cambios significativos que colocan en la mesa varias problemáticas de género.
Y aunque aún falta mucho por seguir luchando, ahora, vemos mujeres reconocidas mundialmente que quizá no pueden hacerlo todo, pero luchan con lo que tienen para alcanzar lo que necesitan para ellas mismas y sus familias.
Para mí, esta fecha es de reflexión.
Una mañana desperté muy temprano y mi mamá ya estaba lista. Mientras yo comía algo, siguió moviendo muchas cosas acumuladas y empaquetando otras. Era el ocho de marzo y ese día dijo que nos mudaríamos a nuestro propio departamento. Un acto de independencia que no entendí a mis 15 años, pero que, ahora, es significado de lucha, esfuerzo y sacrificio.
Si de por sí, el 8 de marzo era importante, esto duplicó su representación para mí, porque fue el día en que se cumplió un sueño de mi mamá para su familia: tener su propio espacio. No nos mudamos a un departamento super amueblado. Solo teníamos lo necesario: nuestras camas, bolsas de ropa, una mesa y sillas regaladas. También una tele que hace poco despedimos y que se apoyó por casi más de un año en una caja o en el piso. Cuando veíamos alguna película, un colchón de aire era la solución y nos quedábamos en el piso con un poco de canchita que se preparaba en una cocina de dos hornillas.
Y, aunque suene cliché, no teníamos mucho, pero tampoco era necesario tanto en ese momento. Todo valía la pena porque era algo propio y, sin importar el momento, podíamos ver una película, cantar, bailar o incluso tomar algún trago. Poco a poco, el departamento cambió y pequeñas muestras de cariño a nuestra casita se hacían presente. Las amigas de mi mamá nos regalaron un pequeño mueble para nuestra tele y ese día comimos pollo a la brasa. Lo armamos juntas. Al año, llegó Lampi, nuestra mascota y también unos muebles que mi tía ya no los necesitaba. Poco tiempo después, armamos un mueble para el baño y también compramos nuestro closet. La casita, aunque nunca estuvo vacía, se llenó con cariño, esfuerzo y reconocimiento.
Esta no es una historia de superación ni tampoco tan especial. Es una más de muchas familias que tienen una mujer liderando el camino. En este caso, es mi mamá. Y ese es nuestro 8 de marzo: reflexión y agradecimiento.