La tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania no es nada nuevo. Desde el 2014, la región de Donbás, en el este de Ucrania, se encuentra inmersa en un duro conflicto que ha dejado ya más de 14.000 víctimas mortales. Así como sucedió en la península de Crimea, se han registrado manifestaciones prorrusas siendo que en el caso de Donbás, se produjo una declaración sui generis de independencia en el 2014, y el llamado, por parte de un grupo pro-ruso, a un referendo para separarse de Ucrania.
La anexión de Crimea por parte de Rusia el 18 de marzo de 2014, desencadenó una serie de movimientos que ha elevado este conflicto local, al nivel internacional.
La pregunta que todo el mundo se hace es ¿Qué quiere Rusia? Varias son las respuestas: 1.- El trasfondo de esta crisis está en la negativa rusa a aceptar el acercamiento de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea, porque la que considera parte de su identidad y de su espacio de influencia y cuyo control juzga vital para su seguridad. Putin cree que ambos países conforman “un solo pueblo”, lo cual fue así, pero en el siglo XVIII. Ciertamente, Putin no desea que ni la OTAN, ni la UE le están “respirando en la nuca”, como se dice en lenguaje coloquial, ya que su seguridad se vería comprometida por la extensa frontera que ambos países comparten.
2.- Estamos siendo espectadores de la construcción de un andamiaje sobre el que reposara el nuevo orden político-económico y militar del mundo y cuyos pilares son Estados Unidos y China, por razones que todos conocemos. Rusia no está invitada a esta fiesta, si bien es un país que posee armas nucleares, su economía no es lo suficientemente sólida para tamaño rol y eso no lo puede dejar pasar el amigo Putin, para él es de vital importancia mantenerse en el tapete, no sé si para Rusia también lo sea. Otro dato importante es que en el mediano plazo se podría repetir, en todas 21 republicas que forman la Federación Rusa, lo que recientemente sucedió en Kazajistán, lo cual le añadiría su toque de inestabilidad a Rusia, y consecuentemente, la radicalización del Señor Putin como método para aplacar las demandas de mejora en la calidad de vida de esos ciudadanos de esas pequeñas republicas.
Estados Unidos asumió junto con la Unión Europea el liderazgo de las negociaciones tratando de desmontar la amenaza creíble de una invasión a Ucrania. Como es del conocimiento de todos, las relaciones de EE.UU. y Rusia están en un alto grado tensión y no desde ahora, sino de siempre, pero la temperatura ha ido subiendo desde la anexión de Crimea y las consecuentes sanciones ante una eventual invasión a Ucrania.
El marco de las relaciones entre ambos países está compuesto por una serie de sanciones dirigidas primordialmente contra el presidente Putin y sus allegados con el propósito de restringir y disuadir acciones como lo sucedido en Crimea. Lo cierto es que esas sanciones han afectado seriamente a la economía de Rusia y ya se están viendo señales de preocupación por los efectos a largo plazo.
El impacto a largo plazo se centra en sectores claves de esa economía, gas y petróleo que son la clave para la prosperidad de Rusia. La falta de tecnología moderna en esos sectores fundamentales los ha hecho perder competitividad ante BP y Exxon, que cada vez desarrollan nuevos sistemas que dejan más rezagada a la industria energética rusa.
Entre más se mantengan las sanciones, más grande será la brecha que separa a ambas economías, y más grande la caída del PIB. El otro impacto lo están sintiendo los beneficiarios del régimen de Putin, los multimillonarios rusos. Tanto ellos como individuos como sus imperios económicos se ven afectados por la imposibilidad, no solo de invertir sino de residir en el extranjero, principalmente en Estados Unidos.
No es descartable que el Sr. Putin también está utilizando a Ucrania como palanca para que las potencias occidentales levanten o reduzcan las sanciones, algo que en principio no debería de suceder porque se perdería un poco el control logrado hasta ahora.
Ciertamente y como es normal en los procesos sancionatorios internacionales, los afectados son siempre los mismos, en este caso el consumidor ruso, a través de la inflación que afecta más a los pobres, pues deben gastar una proporción más alta de sus ingresos en comida. Vale señalar que varios think tank de Estados Unidos han venido alertando que más que profundizar las diferencias contra Putin se ha estado generando un sentido de unión, es decir algo como: “todos estamos sufriendo juntos, todos unidos dentro de la ‘Fortaleza Rusia’ defendiéndose del enemigo». El nacionalismo es un sentimiento muy arraigado en los pueblos eslavos.
Algunos se preguntarán porque incluir en el título de este artículo el nombre a Venezuela y la explicación es porque Rusia “había amenazado con trasladar tropas e instalar bases militares a Venezuela y Cuba”. Utilizo la palabra “habría” porque no surge de una “declaración formal” ni de un comunicado oficial, como se ha querido hacer ver, según esta interpretación Moscú estaría en el proceso de decidir si envía un contingente militar a Venezuela y Cuba como respuesta a lo que se considera una agresión de Estados Unidos y la OTAN.
Poniendo los hechos en contexto, es importante señalar que el viceministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Ryabkov, todo lo que hizo fue responder a una pregunta de una periodista de Georgia en una entrevista televisada, en la que se le interrogó sobre la eventualidad de que Rusia decidiera actuar en la zona de influencia de Estados Unidos enviando tropas a Venezuela y Cuba si aumentan las tensiones entre ambos países. La respuesta del funcionario ruso fue que no puede “ni afirmar ni excluir”.
La mencionada entrevista consiguió lo que el gobierno de Moscú pretendía, dentro de una estrategia comunicacional impecable: sembró una pregunta sobre la eventualidad de una presencia de infraestructura militar rusa en dos países detractores, de Estados Unidos. La vaga respuesta de Ryabkov fue contundentemente divulgada a través RT, la primera estación rusa de televisión en español, con alcance mundial, para así llegar a la audiencia periodística hispana. Y claro que se dispararon las alarmas. Lo demás es conocido.
En este punto creo importante puntualizar que el avance de Rusia en América Latina tomó más dinamismo en el 2008 después de la crisis de Georgia. Se acercó a regímenes antiestadounidenses de izquierda, entre ellos la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), liderada por Venezuela y Cuba. Rusia amplió sus conexiones políticas y militares a países como Brasil y Argentina, que apoyaron políticamente al ALBA.
Rusia vendió a América Latina 14.500 millones de dólares en armas entre 2001 y 2013 y para 2014 la presencia militar de Rusia en la región era enorme. Así mismo ha sido el principal proveedor de armas a Venezuela, muchas de las cuales terminaron en manos de un grupo guerrillero las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Por otro lado, Rusia ya tiene dos bases en el país, la primera de ellas derivada de los contratos de compra-venta de armas y que está incluido en los contratos de venta de armas con cualquier país y su función es enseñar y asegurar el suministro de partes y piezas de recambio para los equipos adquiridos; la segunda base Rusa, según explicación oficial, es de Exploración de Comunicaciones e Inteligencia, que, supuestamente, protege a Maduro. Para qué y para quienes sirven, no sé. Pero están en funcionamiento.
Queda claro que no hay una amenaza patente, solo un manejo periodístico de interpretación que exaltó los ánimos latinos. No creo que Putin quiera repetir el fracaso de su paisano Nikita Kruschov cuando en 1962 intentó trasladar a Cuba, unos misiles de mediano alcance apuntados a Estados Unidos. Como se dice en buen venezolano: salió con las tablas en la cabeza
¿Qué se está negociando? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que las negociaciones siguen siendo la única opción razonable. Quien escribe esta columna supone que debe haber un abanico de peticiones de parte y parte y que la palabra “garantías” es el eje central de las negociaciones, porque no solo Rusia pide sino como también occidente. El mundo presenta una multiplicidad de problemas y conflictos que potencialmente podrían resolverse a través de negociaciones y garantías proporcionadas por las potencias mundiales. La crisis siria, la amenaza de un Irán nuclear, el radicalismo islámico, el cambio climático, por solo mencionar algunos, pero son temas vitales y de interés, no solo para los Estados Unidos, sino como también para el resto del mundo.
Lo anterior me permite afirmar que lo que hay es una gran competencia por influencia y poderío político, y Rusia es una potencia de menor orden de lo que fue la Unión Soviética y de la superpotencia que Estados Unidos todavía lo es.
Respecto a América Latina, si asumimos la relatividad de la región frente a la problemática global nos daremos cuenta de que no somos el ombligo del mundo, que nuestro drama interno ya no ocupa un gran centimetraje en los medios internacionales, y que hay acontecimientos que ciertamente tienen tal potencial, que sus consecuencias, al final, nos afectarán a todos por igual.